Orunmila Iracundo con sus hijos al saber que Oggún había querido fornicar con su propia madre, Obatalá ordenó matar a todos sus hijos varones. Poco después nació Orunmila y Babá sin decir nada lo coge y se lo lleva lejos de la casa con intenciones de matarlo. Elegguá que lo ve salir, se disfraza de ratón y lo sigue sin hacer ruido, para ver que hacía Babá con Orunmila, se esconde detrás de las hierbas. Babá se detiene y comienza a cavar un hueco bastante profundo al pie de una ceiba, entierra a Orunmila hasta la cintura con los brazos hacia debajo de la tierra y Elegguá corre y se lo dice a su madre y entre los dos deciden no dejar morir a Orunmila y quien debe llevarle la comida todos los días, es Elegguá.
En el mismo instante que Babá entierra a Orunmila, pierde
la memoria y lo olvida todo. Al poco tiempo nace Shangó, que era un niño muy
fuerte y hermoso; Babá se compadece de él y no queriendo hacerle daño, piensa
en Dadá, la hermana mayor de sus hijos y que esta podría cuidárselo, ya que
ella vivía lejos, no le vería, no viviría con él y no tendría que matarlo. Se
lo llevó a Dadá, vestido todo de rojo y le encargó que lo criase, ya que le
había tomado cariño.
Pasaron varios años y un día Dadá quiso que Shangó
conociera a sus padres, lo volvió a vestir de rojo y lo llevó a casa de Babá.
Yembó al ver llegar a su hijo, se puso a llorar y Babá también lloraba de
alegría; sentó a Shangó en sus piernas y comenzó a jugar con él. Shangó que era
un niño muy despierto, le preguntó a su padre porque su madre lloraba tanto y
parecía no estar contenta con su visita. Babá le contestó que no era cierto que
Yembó llorase por su presencia y que un día con calma él le contaría todo, ya
que ni él mismo recordaba bien, todas las cosas que habían sucedido antes de
que él naciera.
Babá le pidió a Dadá que se lo llevara a ver todos los
días. Pasaron un par de años, y cada vez que Shangó entraba, Yembó era un mar
de lágrimas. Esto lo tenía disgustado, pues desde chico Shangó tenía muy mal
genio, también le molestaba ver que su hermano Ozún estaba constantemente
tirado en el piso a pie de la puerta y no se levantaba para nada. Ese día
decidió preguntarle a su madre que les había sucedido a todos ellos que
parecían unos locos, ella siempre pegando gritos desaforados, el otro hermano tirado
en el suelo, el padre que recordaba nada antes de que él viniera al mundo.
Yembó le contesta que ella no podía hacer nada por Babá, ni decirle a él lo que
pasaba en la familia, pero que el secreto de todo lo tenía su hermano Elegguá.
Como Shangó y Elegguá se querían mucho y se llevaban
bien, este se dirige a su hermano para que le cuente todo lo que sabía respecto
a su nacimiento y el mal que aquejaba a su padre.
Elegguá le dijo a Shangó: “Coge la masa de tres güiros,
tres pedazos de coco, tres plumas de loro, agua de lluvia y manteca de corojo,
prepara todo esto junto a una ceiba, déjalo tres días y tres noches, cuando lo
saques haz un emplaste con cascarilla y como tú eres el único que Babá carga y
permite que se le acerque, cuando él abra la boca, ponle un poco en la lengua,
sienes y los ojos.”
Shangó siguió las instrucciones de Elegguá al pie de la
letra y al poco rato de untarle todas estas cosas a Babá, este comenzó a
recordar lo que había pasado a Changó, sin dejar de narrarle también unos pasajes
de su vida que, maravillosamente le venían a la memoria.
Es aquí donde nace el canto que dice:
ACHE SHANGO GUE MOGUE GUE GUO ORUMILA BEGUAGUA
Que quiere decir “De niño Babá le contó toda su vida a
Shangó.
Shangó al escuchar todo lo sucedido, le tomó odio a
Oggún, que había sido el causante de todo esto. Al terminar sus relatos, Babá
se lamentó de haberle hecho daño a Orunmila, que no tenía la culpa de nada y
dijo, para que todos le escucharan, que haría una penitencia muy severa, por lo
que había hecho a Orunmila.
Elegguá, viendo la oportunidad de salvar a su otro
hermano, que aún estaba vivo, se acercó a su padre y le dijo:
“Babá, yo creo que usted no va a tener que hacer
penitencia. Bastante ha sufrido ya con la pérdida de la memoria y bastante ha
llorado mi madre Yembó.”
“¿Qué dices?” – Pregunta Babá. “¿Qué sabes tú lo que
pueda aliviar mi dolor y el de tu madre?”
“Escuche Babá, un día al pasar por una ceiba, vi a un
hombre enterrado hasta la cintura, me compadecí de él y todos los días le llevo
comida. Este hombre es un gran adivino y mucha gente va a consultarle sus
problemas al pie de Iroko, pero nadie se atreve a sacarlo de donde está
enterrado, por miedo a que su padre lo mate.
Al escuchar su
relato yo he pensado que este hombre sea su hijo Orunmila.”
Salió Babá hacia donde hacía mucho tiempo había enterrado
a Orunmila, pero como todavía le fallaba algo la memoria, se perdía de vez en
cuando. Cada vez que esto ocurría,
Elegguá se le aparecía disfrazado de distintas formas y
le indicaba el camino correcto. Por fin llega donde esta Orunmila enterrado,
quien al ver a su padre, lo reconoce y le dice:
“IBORU BABAMI” y Babá le contesta: “IBOCHECHE ORUNMILA
IBORU ORUNMILA.”
Babá sacó a Orunmila del agujero y le pidió que lo
perdonara y regresara con él a casa. Orunmila lo abrazó y le dijo que él no
tenía rencor contra su padre, pues sabía lo que le había pasado a su cabeza,
pero él no se podía ir de ese lugar, ya que la ceiba le daba sus palos y los
caracoles que tenía alrededor para que él adivinara y de eso vivía. Babá le
contestó que no se preocupara y acto seguido se fue a la ceiba, le dio unas
monedas que llevaba con él, le prometió que sería sagrada y respetada, si
permitía que él cortara un pedazo de madera y le hiciera un tablero de adivinar
a Orunmila. Iroko estuvo de acuerdo, dándole uno de sus pedazos más lindos, con
él y allí mismo, Babá confeccionó un tablero redondo, recogió arena al pie de
la ceiba y se lo entregó a Orunmila diciéndole: “Tú eres adivino y adivinarás
en mi casa con este tablero de Iroko, todo buen Olúo tendrá que consultar
contigo antes de hacer nada.”
Orunmila le contestó: “MAFEREFUN ELEGGUA, MAFEREFUN
SHANGO, MAFEREFUN BABA”
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