Iroko, Aragba o iroke son algunos de los nombres con los
que se le conoce a este orisha, este es un Orisha relacionado a los deseos, ya
sean buenos o malos, se dice que vive en la copa del árbol de Ceiba, Se
manifiesta como un hombre anciano que goza de buena salud y es rico en
paciencia, se encuentra casado con Abomán y su hermana recibe el nombre de
Ondó. También se le conoce como el orisha
del caminante, se consagra a través de Obbatalá.
Iroko es el espíritu que vive en la raíz para algunos y
para otros en el follaje de la Ceiba. Todos los Orishas se veneran en Iroko. Se
dice que se le hace rogación al pie de él durante un año para tener hijos y se
le ofrece un carnero cuando nazca, dicha ofrenda es necesario cumplirla ya que
de lo contrario es implacable con su castigo por olvidar la gracia cumplida.
Este Orisha cumple la sagrada misión de custodiar la
ceiba, árbol sagrado de los yorubas al mismo tiempo que protege a los espíritus
que moran en su interior. Desde la copa de la Ceiba Iroko escucha las súplicas
de los creyentes y eleva sus peticiones hasta los oídos de Baba y Olodumare,
quienes deben dar su aprobación antes que la ceiba decida bendecir a la persona
que la ha frecuentado.
Desde el principio de los tiempos la ceiba ha sido
testigo de muchas consagraciones religiosas por eso se considera sabia y se le
debe respeto y devoción, es un árbol sagrado y muy venerado en la religión. Es
el tronco o bastón de Olofi por lo cual esta terminantemente prohibido dañarlo.
Al pie de él estuvo enterrado Orunmila.
Iroko es el símbolo de los conocimientos escondidos, todos
los Orishas y Oshas visitan la Ceiba, por que es allí donde se realizan las
ceremonias. A Iroko se le baila con un bastón revestido de collares y una
escoba adornada con cuentas rojas y blancas.
A este orisha se le ofrendan Toretes que no se hayan
apareado, paseando este alrededor del tronco por los iniciados, llevando velas
encendidas mientras se sacrifican gallos, gallinas y pavos blancos. Se le
ofrecen pollos blancos cada primero de mes, Carneros y patos.
PATAKI
En los principios del mundo, el cielo y la tierra
tuvieron una discusión. La tierra argüía que era más vieja y poderosa que su
hermana el cielo: “Yo soy la base de todo, sin mí el cielo se desmoronaría,
porque no tendría ningún apoyo. Yo creé todas las cosas vivientes, las alimento
y las mantengo. Soy la dueña de todo. Todo se origina en mí y todo regresa a
mí. Mi poder no conoce límites”.
Obbá Olorum no respondió, pero hizo una señal al cielo
para que se mostrara severo y amenazante. “Aprende tu lección.” Dijo el cielo
mientras se alejaba. “Tu castigo será tan grande como tu arrogante orgullo.”
Iroko, la ceiba, preocupada, comenzó a meditar en medio
del gran silencio que siguió al alejamiento del cielo. Iroko tenía sus raíces hundidas
en las entrañas de la tierra, mientras que sus ramas se extendían en lo
profundo del cielo.
Iroko comprendió que había desaparecido la armonía y que
el mundo conocería la desgracia, porque hasta ese momento, el cielo había
velado sobre la tierra para que el calor y el frío tuvieran efectos benévolos
sobre las criaturas del mundo. La vida era feliz y la muerte venía sin dolor.
Todo pertenecía a todos y nadie tenía que gobernar,
conquistar ni reclamar posiciones. Pero la enemistad del cielo cambió todo. No
llovía y un sol implacable lo calcinaba todo.
Llegó el tiempo de los sufrimientos y la fealdad apareció
sobre la tierra. Una noche, la angustia y el miedo hicieron su aparición. Luego
llegaron todas las desgracias. Toda la vegetación desapareció y solo Iroko
permaneció verde y saludable porque, desde tiempo inmemorial, había
reverenciado al cielo. Iroko les daba instrucciones a aquellos que podían
penetrar al secreto que estaba en sus raíces.
Entonces estos reconocieron la magnitud de la ofensa y se
humillaron y purificaron a los pies de la ceiba haciendo ruegos y sacrificios
al cielo, pero ninguno pudo llegar a él. Solo Ará-Kolé consiguió transmitir las
súplicas de los hombres a lo alto.
Lo que quedaba vivo en ella se salvó gracias al refugio
que les ofreció Iroko. Luego volvió a reverdecer, aunque nunca regresaron los
días felices del principio del mundo. El cielo ya no era enemigo, pero
permaneció indiferente. Iroko salvó a la tierra y si la vida no es más feliz,
la culpa hay que echársela al orgullo
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