Su nombre proviene
del Yoruba Yèwá (Yeyé: madre - Awá: nuestra)
es una de las orishas mayores del panteón yoruba, es considerada dueña
de la sepultura, está entre las tumbas y los muertos y vive dentro del féretro que
está en el sepulcro. Esta ampliamente ligada a la muerte, habita el cementerio
y es la encargada de llevar los eggún a Oya. Yewa representa la soledad, la
contención de los sentimientos, la castidad femenina, la virginidad y la
esterilidad.
Esta orisha forma
parte principal de las Iyamis (brujas) como patrona y dueña de ellas. Es muy
dulce y severa al mismo tiempo por su carácter estricto al igual que Oduduwa,
no le gusta que sus hijos sean indecisos y tienen que llevar una vida limpia y
estricta como lo es ella. No le gustan los errores a pesar de que no existe la
perfección, ella exige que sus hijos lo sean. En presencia de yewa hay que
guardar la compostura y no se puede hablar de amores ni realizar muestras
afectivas, tampoco se puede pelear, ni tan siquiera hablar o comportarse con
rudeza.
Esta Orisha tiene
varios caminos, todos relacionados con la apariencia de la muerte. Los más
representativos son:
Ibú Shada.
El Ibú Averika Oyorikán.
Ibú Osadó.
El Ibú Adeli Odoobi.
Ibú Akanakán.
Dentro de sus
caminos el más nombrado es Yewá Binoyé, que significa cuando moro en Egwadó en
la tierra, fue en ese momento una princesa fuerte.
A esta orisha se le
ofrenda pescado adornado con mucho tomate, gofio con pescado y pelotas de maní.
Los animales que se le inmolan deben ser jóvenes, hembras y vírgenes, entre
estas se le pueden inmolar gallinas de guinea, chivas y palomas.
Todas las ofrendas
que se le otorgan a Yewá, deben colocarse dentro de una canasta que debe
tejerse en ramas y forrarla con telas rojas y rosadas.
Entre los ewe (
hierbas) que se le pueden ofrendar tenemos :
Artemisa.
Las flores del árbol framboyán.
hierba de garrolos.
La albahaca morada.
El tamarindo.
La uva.
Flor del cementerio.
El alcanfor.
Por otra parte,
tambien cabe resaltar que las hijas de esta Orisha son implacables y estrictas,
con ellas mismas y con las demás mujeres de su entorno. Normalmente son
extremadamente éticas y detestan los actos lascivos. No les gusta tener
relaciones poco serias. Mientras que los hijos, se hacen notar por su capacidad
para mandar. Regularmente, tienen cualidad de videncia, debido a la relación
que existe entre su Orisha ya que lo dirige dentro del camino espiritual.
PATAKI DE YEWA
Los framboyanes
anaranjados y amarillos; los jagüeyes matizados de verdes y carmelitas; las ceibas
cuyas ramas invocaban a Olofi; las rosas, las margaritas, las gardenias, las
violetas; las pocetas con lirios que nacían en lo profundo del limo; los ríos
con sus cataratas que formaban arcoiris; los puentes imaginarios de chinas
pelonas; las enredaderas tupidas y multicolores: así era el ambiente de pureza
absoluta en el jardín del espacio infinito donde estaba el palacio de Obatalá y
Yembó, orishas padres de todo el panteón yoruba.
Su hija Yewá, bella
entre las bellas, a quien al nacer se le habían entregado los dones de la
pureza, la virginidad y la hermosura, paseaba su tranquilidad espiritual,
vestida con sus colores preferidos: los tonos rosa, que tan bien venían a su
angelical figura. Ella, quien no se relacionaba con nadie, vivía, etérea, dentro
de los muros de la casa paterna, la cual abarcaba el universo con todos sus
astros.
En una reunión de
orishas y awós, Changó comentaba lo poco virtuosas que eran las mujeres.
Elegguá saltó, y contó de la existencia de esta virgen dulcísima, encerrada entre
los muros de su jardín, no vista por nadie más que por sus padres. Changó,
asombrado y picado en su vanidad de hombre viril, majestuoso y atractivo,
decidio tentarla, con la picardía propia de sus muchas experiencias amorosas.
Al día siguiente,
escaló la tapia del jardín cuyas flores le sonrieron y ofrecieron sus pétalos
en saludo al rey poderoso y vital que las acariciaba con su presencia. Los
pájaros cantaban muy bajo. Esto llamó la atención de Changó, pues los pájaros
siempre trinan alto en lugares intrincados; sin embargo, allí, todo estaba en
calma.
Sin poder precisar
cómo ni cuándo, de repente se alborotaron los pericos, canarios, tórtolas y
palomas, y sus cantos saludaron la llegada de una joven bellísima, quien
flotaba al encuentro de la naturaleza. Las flores perfumaban su paso con
sutiles aromas, las hojas se abrían para dejar caer ante ella el rocío de la
noche, como alfombra de perlas.
Changó quedó
fascinado por el hechizo de aquella visión. Sin recordar los sabios consejos de
Elegguá, se irguió ante Yewá quien, con los ojos bajos, rechazaba las
vibraciones que le producía aquel joven que tenía delante. Changó le dijo:
"Yewá, bella entre las más bellas, mírame, no temas". Ella, en ese
instante de flaqueza, no pudo acallar aquel sentimiento extraño y cálido, y
levantó la vista, para faltar así a la palabra dada a su padre. Lloró entonces
de vergüenza y corrió a esconderse.
En ese momento había
conocido el amor, emoción prohibida para ella. Sería su amor uno eterno e
imposible. Decidio confesarle la culpa a su padre y cubrirse la cara con un
velo para que nadie viera que había faltado a su promesa. Entonces, toda su
ropa adquirió tonalidades de un rosa más profundo, y el mundo conoció por
primera vez el rubor de la vergüenza.
Obatalá, sabio entre
los sabios, se dio cuenta, al ver a su hija, de que algo muy malo le sucedía.
Yewá lloraba sin consuelo, pero austera y justa como era, se refugió en los
brazos paternos y le contó lo sucedido con Changó. Obatalá quedó pensativo,
pues en su reino y con sus hijos estaban sucediendo cosas que atentaban contra
la moral establecida. Oloddumare se daba cuenta también y no aprobaba estas conductas.
Como dueño de todo lo existente, había comentado a Obatalá que sería severo e
implacable con el próximo que cometiera un acto de desobediencia. Yewá sabía
ésto. "Padre – le dijo – cumpla con su deber. Yo sé que resulta penoso
para usted, pero mi falta es irreparable. Que el castigo que se me imponga dure
mientras haya un ser humano sobre la tierra".
Entonces, Obatalá la
condenó a no dejar ver jamás su rostro; a gobernar sobre el país de los muertos
como la más alta autoridad, y a vigilar de noche sus dominios convertida en
lechuza, dueña de las tinieblas, símbolo de la sabiduría y la soledad.
Triste, Yewá partió
al mundo de los silencios infinitos, al mundo de los muertos. En ese momento,
temblaron las tierras, surgieron volcanes, las olas taparon las rocas, los
rayos encendieron los bosques, el cielo oscureció, y con las lágrimas de
Obatalá, furioso por haber mandado a su hija Yewá a la soledad del mundo de los
eggun y de Ikú, se inundó el país de los orishas.
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